martes, 21 de abril de 2015

El niño del cementerio


Mi madre me habló de un parque en frente de un cementerio. Yo iba a jugar allí cuando era niño, porque ni mi padre ni mi abuela me daban libertad para hacer otra cosa. Mi madre se pasaba el día en la cama y el único que me hacía caso era mi hermano. Él sabía que no debía sacarme de casa. De hecho, pocas veces lo hizo, pero eso nunca le detuvo; nos íbamos con nuestra pelota escondida debajo del brazo y los zapatos en la otra.

La primera vez que llegué a ese parque me sorprendió ver tantos niños. Corrían por todas partes como si fuesen monos salvajes y sus padres charlaban en una esquina. Nunca llegué entenderlo. En mi casa, mis padres ocupaban la mesa del salón y nosotros jugábamos en nuestro cuarto. Así debía ser. Aquí parecía haberse roto esa ley legítima que les daba el poder.

Nos embriagamos con la esencia del lugar; comenzamos al chutar el balón con la emoción de un juguete nuevo. Era algo diferente para mí, ya que apenas hacía ejercicio. Otro niño se nos acercó y empezamos a jugar con su pelota y yo me pregunté si realmente podía haber algo mejor que aquello.

Al fondo, comenzaron a sonar unas campanadas. De pronto, todo el mundo se quedó en silencio. Los adultos se levantaron y los niños dejaron de jugar. Cuando me quise dar cuenta, un montón de personas surgieron de la nada, vestidos de colores oscuros. Llevaban una caja de madera enorme y caminaban lentamente, al ritmo de una especie de oración que cantaba el cura.

-¿Qué pasa? -le pregunté a mi hermano.

-Es un entierro. Shh -susurró haciendo un gesto con el dedo para que me quedase callado.

Me quedé embelesado al ver las flores, la procesión de gente y la solemnidad del momento. El mundo parecía detenerse durante unos segundos cada vez que veía encenderse una vela. Algunas señoras mayores se echaron a llorar. Yo también quería llorar de la emoción. 



Mi hermano insistió en que nos fuésemos a casa, pero yo quería ver qué pasaba a continuación. Las ansias me podían y la curiosidad me carcomía por dentro. Al ver que insistía, me acabó cogiendo del brazo y prácticamente me arrastró hasta volver a casa. Lo que él no sabía era que había sembrado en mí las ganas de saber más sobre aquello.

Al día siguiente me escapé de casa cuando el ama de llaves no estaba mirando. Mi madre estaba en la cama, mi hermano en clase y mi padre en su trabajo. Cada uno en su lugar. Todos tenían un sitio al que ir, pero yo podía hacer lo que quisiera. Me colé por la reja del parque y volví a encontrarme con el niño del otro día. Me preguntó por mi hermano y le dije que estaba enfermo. El niño me contestó que él también.

Ese día no pasó nada y me fui a casa con las misma desilusión de la tarde anterior. Quería olvidarme de aquello, pero no podía. Solía quedarme mirando por la ventana, pensando en volver a aquel lugar que había despertado tanto en mí. A partir de ese momento, me obsesioné con volver a ver un funeral. Me escabullía cuando podía e iba al parque a jugar con aquel niño que conocí. 

Un día él ya no volvió y sonaron las campanas que yo tanto esperaba. Seguí al grupo de gente que tanto me había intrigado y contemplé la belleza de los mármoles tallados con los nombres de personas. Las flores parecían haber dominado a la humanidad y el suelo de arena y gravilla rechinaba bajo mis pies. Cada vez tenía mucho más claro que aquel era un sitio para homenajear a la gente buena.

Temía que alguien llegase a darse cuenta de que no estaba, así que decidí salir menos veces. Sin embargo, era demasiado llamativo como para pasar desapercibido. La gente empezó a reconocer mi cara cada vez que había entierro y en el barrio empezaron a llamarme "el niño del cementerio". 

Mis padres se enteraron y me encerraron en mi cuarto.  Mi madre se echó a llorar desconsoladamente y no parecía que fuese a parar. Mi padre me dijo que cómo me atrevía a deshonrar a la familia de esa manera. Yo no entendía nada. ¿Cómo alguien podía recriminarme por admirar la belleza de aquel sitio? ¿Qué ser humano no compartía la solemnidad y la quietud de ese momento?

Una vez a solas, mi hermano trató de explicarme por qué estaba mal lo que hacía. Veía las buenas intenciones en su cara, pero estaba seguro de que los equivocados eran ellos; yo disfrutaba de aquel momento. Era lo mejor que tenía, mucho más emocionante que quedarme en casa mirando por la ventana. Las paredes de mi cuarto estaban pintadas de gris. Ni si quiera se molestaron en darle color.

Estuve encerrado en mi habitación durante una semana. Mis padres le dijeron al ama de llaves que yo no podía escaparme bajo ningún concepto y ella disfrutó de cada una de las palabras de aquella encomienda. Siempre me tuvo manía. Un día, empecé a escuchar ruidos en mi casa. Mi madre gritaba sin parar y los demás pronto empezaron a hacer lo mismo. Pasaron unas cuantas horas en completo silencio. 

La siguiente vez que salí de mi cuarto, mi padre me dio un traje negro. Era una talla diminuta, pero me seguía quedando grande. Me había extrañado que me lo diese él, pero, por lo visto, el ama de llaves había dimitido. Me cogió la mano por primera vez (que yo recuerde) y me dijo: " voy a llevarte al sitio que tanto te gusta".

Primero entramos en una iglesia y supe que la que estaba en el féretro era mi madre. Mi padre me preguntó por qué no lloraba y yo le dije que estaba ansioso por verla resplandecer. No era lo que se esperaba. Ni él ni el cura que estaba a un metro. Mi respuesta debió perturbarle más de lo necesario, porque notaba que me miraba de reojo durante la ceremonia.

Pasada una hora, hicimos todo el recorrido hasta el cementerio; el sol brillaba con todo su esplendor entre las nubes y había más gente que nunca. Todos los presentes lloraban tanto que casi no podía escuchar al sacerdote. Entonces me di cuenta de que la gente llevaba flores en la mano; era algo totalmente distinto a lo que había visto antes. Cada uno había elegido una diferente -generalmente claveles- y la dejaban encima del ataúd. Algunos se detenían y le decían unas palabras, mientras la cola se iba acortando poco a poco.

Vi que mi padre llevaba en la mano un crisantemo y le pregunté si yo podría ofrecerle una flor a mamá. Se me quedó mirando de nuevo, pero esta vez con otro brillo en su mirada. Parecía aliviado. Le vi dejar la cola un momento y me dijo que le esperase al final de la misma; quería que yo fuese el último.

Cuando ya todo el mundo hubo pasado, vi que mi padre volvía a grandes zancadas. Llevaba consigo un ramillete de lirios cuidadosamente colocados y me dijo que eran para mí, para que se los diese a mi madre. Me acerqué muy nervioso, porque todas las miradas se habían clavado en mí. "El niño del cementerio, despidiéndose de su madre". Podía verlo escrito en la frente de cada persona, pero no me importaba.

Una vez delante de mi madre, todo el mundo desapareció para mí y vi mi cara reflejada en la madera. Me vi como mi madre, con la última imagen que tenía gravada de ella ardiéndome en la retina. Éramos dos gotas de agua. 

Me recompuse como pude y le di un beso al lirio más bonito antes de dejarlo sobre el ataúd.

-Hasta pronto. -dije bajo la mirada estupefacta de la gente.

La próxima vez me tocaba a mí.

-xXx-

Notas de Umiko: La idea de esta historia surgió de la forma más estúpida que os podáis imaginar; volviendo a casa después de clase, pasé por el cementerio de la ciudad y lo vi muy cuidado y lleno de flores. Empecé a imaginarme niños correteando por allí y me pregunté cómo habría reaccionado yo cuando era pequeña a un sitio así. De pronto se me pasó por la mente esta frase: "Mi madre me habló de un parque al lado de un cementerio".
El resto se escribió solo. 

P.d: estuve buscando por internet el simbolismo de las flores y decidí darle al protagonista un ramillete de lirios porque vi en algún sitio que representaban la pureza y la ingenuidad. No os lo puedo asegurar al 100%, así que prefiero dejarlo como una simple anécdota.

6 comentarios:

  1. A pesar de que se trate sobre un cementerio y cosas más oscuras, la forma de escribir y de adentrarse, en parte, a un mundo e ideas que el niño no logra comprender aún, hizo que este relato me encantara ♥

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    1. ¡Hola~! Me alegro de que te haya gustado; la idea principal era hablar de un tema tan "negativo" como es un entierro desde otro punto de vista. Gracias por comentar, nos vemos n.n

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  2. Vaya, la historia está increíble!! Me ha encantado, en serio!

    Beshus!

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    1. Me alegro de que hayas disfrutado de ella tanto como yo al escribirla. Matta ne n.n

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  3. Me ha encantado la historia, de verdad, cada vez lo haces mejor :)

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    1. Wii~ Yo estoy muy contenta de que se note la mejoría, sobre todo porque me he dado cuenta yo misma, que es lo más difícil xD

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