Caminaba por las calles de Lira. Llevaba puesta una enorme y mugrienta capa de color marrón con capucha que le cubría todo el cuerpo hasta los tobillos. Allí se dibujaban un par de botas viejas y desgastadas, de tal forma que parecía que se iban a caer a pedazos. Llevaba la cabeza tapada, ya que aquél día hacía bastante frío y parecía a punto de llover, lo suficiente como para que los aldeanos se quedasen en la tranquilidad de sus hogares.
Lira es famosa por ser la capital del país, a pesar de que casi no tiene medios de transporte. En aquella época, viajar en un coche de caballos era todo un privilegio, mientras el resto de la población admiraba maravillada aquellos majestuosos animales trotando por las calles. Artesanos y comerciantes de todas partes se reunían para intercambiar y vender sus mejores productos. Pese al mal tiempo, se podían ver bastantes turistas que habían acudido al mercado en busca de gangas.
El muchacho avanzó entre los puestos haciendo caso omiso de las ofertas del día. Las casas estaban construidas unas contra otras, convirtiendo la ciudad en un enorme laberinto. La gente solía perderse mucho al llegar, ya que todas las viviendas estaban pintadas de color blanco, con pequeños ventanucos y el techo de pizarra negra. Nadie se preguntaba por qué eran así; sencillamente decidieron aprovechar lo que sus antepasados habían dejado atrás.
Llegó hasta el pozo común y se puso a la cola. Varias personas se giraron para verle, puesto que a simple vista parecía un ladrón o un forajido. Muchos volvían a sus quehaceres cuando se daban cuenta de que en realidad era un niño. Los rasgos de la cara (ligeramente afeminados) no se le veían por culpa de la sombra que formaba la tela de su capa. En muchas ocasiones, nadie se para a pensar en por qué las cosas parecen lo que son.
Esperó pacientemente durante media hora a que llegase su turno. Tomó un poco del agua que había cogido con el caldero entre sus manos y bebió. El resto del líquido lo vació en un cántaro que llevaba escondido bajo la capa y se lo puso sobre la cabeza. No tendría muchos talentos, pero si alguien sabía aguantar el equilibro, ese era Uriel.
De esta manera comenzó a caminar mientras la temperatura descendía más y más. Al cabo de un rato, llegó hasta un gran claro, donde había poca vegetación. Lira era una ciudad extraña; su clima variaba de forma tan impredecible que se alternaban explanadas desérticas con valles llenos de verdor. Cada vez la zona se estaba resecando más y las zonas de cultivo empezaban a escasear. A pocos kilómetros, se encontraba el bosque, pero para llegar hasta él había que atravesar varias colinas, más allá de los límites del reino.
Uriel llegó a las ruinas de una casa antigua, donde ya había pasado la noche anterior. Dejó el recipiente en una esquina del cuartucho que, durante unos días, se había convertido en su cuarto. El musgo cubría las paredes y sabía que no podría quedarse allí mucho más tiempo. El techo estaba ya doblado e inclinado hacia una de las paredes de tal forma que las goteras se hacían más grandes.
Para poder estar algo más cómodo, Uriel había llenado el suelo de hojas que había encontrado por los alrededores. Extendió un poco de hierba seca de forma uniforme para pasar la noche y salió a preparar un fuego. Rebuscó en su bolsa, ese objeto que dejaba casi siempre escondido tras unos arbustos y sacó varias hortalizas que había conseguido haciendo favores a los campesinos.
A muchos les dará pena pensar que un chaval de quince años tenga que vivir como un mendigo, pero él no pensaba igual; por una vez en su vida era feliz. Sentía que estaba en paz y la naturaleza le hacía libre. Dejar atrás parte de su pasado le permitía conocerse más a sí mismo.
Cogió unas pocas cosas para cocinarlas y guardó el resto de nuevo en su bolsa. Solía comer dos veces al día, pero cuando hacía tanto frío, sabía que su cuerpo gastaba mucha energía para mantener su temperatura, sobre todo teniendo en cuenta que no tenía mucho vestuario entre el que elegir. Alzó la cabeza mientras daba los últimos bocados.
-Tormenta - Se dijo a sí mismo mientras volvía a mirar al fuego.
Llegó la noche. El cielo había sucumbido a las nubes negras y los relámpagos y truenos resonaban por todas partes. Uriel se acurrucó dentro de su capa, sobre la hierba seca. Se había tumbado con la esperanza de poder dormir, pero sabía que no iba a ser capaz. Había empezado a llover con fuerza y, pese a que estaba bajo la zona más segura del techo, varias gotas se colaron a través de las tejas, calándole poco a poco.
Acabó levantándose, recogió sus pocas cosas y salió corriendo hacia la ciudad. Las gentes pasaban por un mal momento, o eso se dijo, porque algunos le vieron caminar bajo la lluvia y nadie le intentó ayudar. Por suerte para él, encontró un callejón tapado por los tejados de varias casas y allí se quedó a pasar la noche.
Uriel: Capítulo 2
-XxX-
Notas de Umiko: Esta historia la escribí en el 2008, dejándola inconclusa. Sin embargo, tiene ese algo que me hace acordarme de ella de vez en cuando y por eso he querido publicarla. La he retocado un poco, pero lo cierto es que sigue guardando bastantes características de mi forma de escribir mas novata. Además, nuestro protagonista está inspirado en un personaje de anime/manga que me maravilló en aquella época, pero todavía no diré quién es.
Ya que tengo todo terminado, probablemente subiré toda la historia seguida, o bien todos los días o bien día sí día no. Ya me diréis si os interesa (realmente es muy cortita, son sólo 5 capítulos).
En fin, nos vemos pronto.
Matta ne n.n
Me ha gustado, sobre todo las descripciones y la forma de redactar. Sin embargo quizás sea algo pesada para un post, ya que no tiene ese gancho desde momento cero que suelen tener.
ResponderEliminarDe todas formas está genial, estoy esperando el siguiente :3