El ovillo de lana de Umiko: Cenando en un japonés

¡Hola~!

Como todos sabréis, hoy es San Valentín, pero como mi novio y yo vamos un poco a contracorriente, decidimos celebrarlo ayer. Estuve preguntando durante un par de días sobre sitios que estuviesen bien de precio, porque a Gatito le apetecía mucho ir a probar la cocina japonesa. El caso es que los que eran más razonables de precio tenían muy malas críticas por internet, por lo que decidimos tirar la casa por la ventana y nos fuimos a uno de los mejores de la ciudad.

El caso fue que llegamos al sitio antes de que abrieran incluso, pero nos encontramos con uno de los camareros que nos hizo un hueco para las 9. Como aún quedaba al menos media hora, nos fuimos a dar una vuelta y así acabé con tres muestras de bases de maquillaje distintas (es lo que tiene tener a Sephora cerca).

Cuando volvimos, nos tenían preparada una mesa para dos, muy bonita, al lado de un mural enorme en japonés y con varios detalles decorativos, como farolillos y demás. La verdad es que el ambiente era muy íntimo y acogedor, pero como las luces eran amarillas, las fotos que hice no me quedaron demasiado bien. Aun así os enseñaré las que les hice a la comida.

Yo de entrantes pedí Gyoza, que son como unas empanadillas, pero un poco diferentes. Estaban muy buenas mojadas en salsa, pero por dentro llevaban cebolla (y ya decía yo que algo de lo que llevaban no me gustaba cuando lo probé), pero en general, me gustaron mucho. Eso si, me acordé de hacerles la foto cuando ya solo quedaba uno.

De platos fuertes, Gatito se pidió una selección de sushi. Sin embargo, lo único convencional eran los Nigiris de la derecha; el resto no lo había visto nunca. Es más, los rollitos amarillos del medio llevaban fresas y nata además del arroz, lo cual fue un colapso para mi cabeza porque no era ni comida, ni postre ni fruta. Aun así el sabor era agradable, pero bueno... ya sabéis que la comida no es mi fuerte.

Yo por mi parte me decanté por un tazón de ramen. La verdad, no pensaba que traería tanta cosa: carne de pollo, wasabi, tofu, verduras, fideos, sopa y un huevo. Si os soy sincera, tuve que pedir ayuda a Gatito para acabármelo porque se me hacía mucha cantidad. Había oído que las raciones que servían allí eran pequeñas, pero para nada. Además, la sopa era bastante fuerte, por lo que yo tampoco aguantaba mucho rato con el mismo sabor.

Y entonces llegó mi momento favorito: los postres. Sabéis que soy una golosa y tenía que probar todo lo que me llamara la atención; al final nos pedimos tres. Todos iban acompañados de un helado para suavizar el sabor, pero la verdad es que no eran gran cosa (los helados).

A mí el Daifuku fue quizás el que menos me gustó. Sabía muchísimo a chocolate y trufa, y, aun siendo solo una bolita pequeña, tardamos en acabarlo.

Después probé los Dorayakis, con los que me llevé una grata sorpresa. Esperaba encontrarme tropezones o grumos en la pasta de judías rojas, pero para nada. Se notaba que estaba recién hecho y me gustó especialmente el sabor.

Por último, yo me pedí un brownie (que no era un brownie) de té verde. Fue mi postre favorito y es que, aunque era dulce, no resultaba nada empalagoso y tenía un regustillo amargo que le iba muy bien. Además, el helado ayudaba a contrarrestar la amargura, así que todo perfecto.

Y esa ha sido toda mi experiencia. En general, quedé muy satisfecha con la cena y, aunque ya os digo que soy mala comiendo, me encontré unas cuantas cosas que sí me gustaron mucho. Eso sí, teniendo en cuenta el precio, me da que va a pasar mucho tiempo hasta que pueda volver. En fin, un día es un día.

¿Y vosotros? ¿Habéis ido alguna vez a un restaurante "caro"? ¡Contádmelo en los comentarios!

Nos vemos.

Matta ne n.n