Hace un par de días, se terminó uno de los grandes animes de temporada para mí: Yuri on ice. Desde entonces, he visto la red inundada de reseñas, imágenes, lamentos y alegrías con las que no he podido empatizar. Lo cierto es que todavía no puedo hablar de ello.
Llevo como dos días en una nube; no solo por lo del anime, claro; últimamente parece que hayan cogido mi vida como una caja de galletas y le hubieran pegado una sacudida de camino a casa. Pero es esta sensación, este vínculo que he forjado lentamente con la serie ha hecho que me plantee muchas cosas sobre lo que ha significado para mí y mi visión de las cosas.
Sinceramente, no me parece justo hacerle una reseña. Por un lado, porque todavía no se ha acabado (se acaba de confirmar una segunda temporada) y por otro, porque hacerle una reseña sería rellenarle una ficha y clasificarlo como cualquier otro anime más. Y no lo ha sido.
Desde que se estrenó Yuri on ice, he encontrado en él una fuente casi insaciable de inspiración. Sus personajes, sus coreografías, su música; todo es emocionante para mí. Creo que ya hablé alguna vez de esto, pero yo cada vez que hago algo artístico, lo que sea, suele ser porque he tenido una imagen, una chispa o algo que me haya animado a ello. De forma indirecta, siempre ha estado ahí, y aun habiendo acabado, sigue apareciéndoseme a cada rato.
No sé si he encontrado a mi musa, si son las ganas de que siga la historia, o si solo estoy triste y quiero recordar algo que me hacía sentir mejor. Lo que sí sé es que me ha dado algo a lo que aferrarme, tal vez algo que me hacía falta y no lo sabía.